El hablar de
exclusión social tiene como finalidad la cohesión de la propia sociedad que hoy, más
que nunca, parece estar seriamente amenazada, ya que, en las últimas
décadas unas características y dimensiones cada vez más preocupantes no sólo en
los países en desarrollo, como indicaba el Informe Delors, sino en nuestras
prósperas sociedades occidentales y es un proceso que parece ir en aumento.
El fenómeno de
la exclusión social es más amplio y no solo implica pobreza económica, sino
todo tipo de problemas de acceso a la vivienda, a la salud, a la educación, al
empleo, etc. Además de las problemáticas descritas anteriormente, Echeita
aumenta el “avance indiscutible y tristemente cotidiano de la intolerancia de
origen étnico, cultural o religioso en
la sociedad. Tanto estas situaciones de intolerancia como los procesos de
exclusión descritos son una de las primeras causas de los conflictos y las
guerras que asolan nuestro planeta y que, como todos tristemente apreciamos en
estos días, lejos de aminorar, aumentan y adquieren un carácter global.
Frente a los
dramas de la exclusión creciente y la guerra, se levantan voces reclamando la
necesidad y la aspiración la inclusión como valor emergente (y urgente),
necesaria para construir, en primer lugar, una cultura de la paz que permita a
la humanidad reencontrarse con sus valores más esenciales.
La educación
puede ser un factor de cohesión social si procura transformar la diversidad en
un factor positivo de entendimiento mutuo entre los individuos y los grupos
humanos y al mismo tiempo evitan ser un factor de exclusión social. Sin
embargo, ocurre que en los sistemas educativos, a través de mecanismos
explícitos o implícitos han sido los primeros en generar fuertes contingentes
de alumnos en riesgo de exclusión social.
La mayor paradoja se produce, a este
respecto, por el hecho de que al mismo tiempo que se denuncia a la escuela como
factor de exclusión social, se le reconoce y solicita con insistencia como
institución clave para la inclusión. Por lo que, nos compete, a quienes trabajamos en y para
la educación escolar someter a crítica
los principios y las prácticas que han configurado la capacidad de generar
exclusión desde el propio sistema educativo y apostar por aquellos otros que la
investigación educativa y la experiencia han mostrado que promueven realmente
la inclusión y la resolución pacífica de conflictos en un marco que favorece el
progreso de todos los alumnos.
Movimientos
hacia una Educación Inclusiva:
6 De
la educación Especial a la educación para todos: Llamada por Fulcher en 1989 individual o por Riddell en 1996 esencialista. Entendiendo como la
creencia de que el déficit o los problemas de aprendizaje pertenecen al ámbito
individual y son, por tanto, independientes del contexto social. A efectos
educativos la labor de los profesionales es la de identificar y proveer los
servicios que cubran las necesidades de los individuos que tienen
determinadas categorías de dificultad.
Los alumnos eran atendidos en grupos homogéneos con alumnos de dificultades
similares, eran segregados en centros o unidades especiales hasta más allá del
siglo XX. Por esa razón y desde los ámbitos de la sociología de la discapacidad
como de la psicología o de la educación desde hace tiempo se vienen sometiendo
a crítica esos presupuestos y proponiendo un acercamiento de carácter
contextual o social que pone el énfasis en la necesidad de eliminar las
barreras de todo tipo que, creadas por unas organizaciones sociales que tienen
en escasa o nula consideración a las personas con limitaciones o dificultades
-y que son las que, en sentido estricto, producen la desventaja-, tienden a
excluir a éstas de la participación en las actividades sociales generales. En
el progreso hacia estos planteamientos el concepto de integración (social,
laboral, escolar...) ha sido clave en el último cuarto de siglo.
6 De la educación
compensatoria a las escuelas aceleradas y a las comunidades de aprendizaje: La
educación compensatoria se ha entendido durante mucho tiempo como la educación de otros alumnos también especiales,
en este caso por razones de su procedencia, de su etnia, de su situación
social-familiar o por la peculiar
situación laboral de sus progenitores. La respuesta educativa ha sido que
acudiendo a un profesorado supuestamente especialista en el que depositar el
trabajo con estos alumnos, recurriendo con frecuencia a prácticas excluyentes.
De las múltiples críticas a estos planteamientos han surgido iniciativas que
han planteado la educación de este alumnado bajo otras premisas y han
conseguido resultados más alentadores. Tal es el caso, en primer lugar, del Programa de Desarrollo
Escolar diseñado por James Comer de la
Universidad de Yate (Comer, 1968, 1998, 2001) fruto de la demanda de colaboración
de esa universidad con dos escuelas primarias de New Haven que tenían muy bajo rendimiento escolar y muchos
problemas de convivencia.
Criterios
y ámbitos de intervención para avanzar hacia una educación inclusiva
-Tener
la visión de que otra educación es posible, empezando a pensar en criterios de
cambio profundo.
-
La preocupación por el alumnado en desventaja y, por lo tanto, en mayor riesgo
de exclusión que el resto, debe ser central en la política escolar.
-
Dejar de pensar en términos de alumnos con necesidades especiales o con
dificultades de aprendizaje y empezar a hablar y pensar en términos de
obstáculos que impiden, a unos u otros, la participación y el aprendizaje.
-
Desear para todos los niños y jóvenes, especialmente para aquellos que están en
peor situación, lo que cualquiera de nosotros quisiera para sus hijos.
-
Uso de métodos y estrategias de instrucción cuya eficacia, a estas alturas,
está perfectamente validada y contrastada, como es el caso de los métodos de
aprendizaje cooperativo.
-
Promover el sentimiento de pertenencia de cada uno de los miembros de la
comunidad educativa (Escuela, comunidad educativa y alumnado).